martes, 17 de noviembre de 2009

Historia de piedras y paredes que dialogan

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En los tiempos antiguos, cuando alguien o algo era muy importante para un pueblo, dicen que se transformaba en piedra, para mantener el recuerdo de lo que merecía ser recordado. Así, algunas cosas o animales se inmortalizaban en el paisaje, y algunas personas se volvían piedras para contarles su historia a las generaciones venideras.

Contaban de la gran inundación que volteó el tiempo antiguo, de los fundadores del pueblo, de cómo se fueron inventando los trabajos y las costumbres. También contaban de cómo algunos hombres aprendieron la ambición e inventaron las guerras, de los que se defendieron, si es que los vencieron o si es que lograron expulsar a los invasores, y de la paz que llegaba a veces pronto y a veces tarde. Contaban eso para que tampoco se olvidase las maldades.

Todo lo contaban como suelen comunicarse las piedras: con su presencia.

A esas piedras habladoras que hablaban con silencio, les llamaban wak’as. Y algunos mayores que sabían muchas cosas, eran los que mejor aprendieron a escuchar a las piedras, para luego contárselo a los demás y que la memoria se mantuviera viva. Algunas veces, cuando la gente lograba comunicarse muy bien con esas piedras, ellas podían volver nuevamente a la vida y ayudar a sus descendientes. Así fue cuando los pururaucas dejaron de ser piedras para ayudar al inka Pachakuti en su defensa del Qosqo.

Cuando llegaron los cristianos, con sus guerras y sus enfermedades, las piedras siguieron hablando. Los cristianos quisieron callarlas porque recordaban las libertades pasadas de los runas. Durante muchos años se dedicaron a silenciarlas, los encargados de eso fueron los curas, que tenían el apoyo de su Dios para enfrentar esos “dioses” que llamaron “demonios”. Apresaron a las wak’as y a sus oidores, les quemaron, les enterraron, tuvieron que vencerlos también en los sueños.

Las wak’as callaron pero no se fueron, o se fueron cerquita nomás, mudando de vivienda pero no de pueblo. En Lima, Pachakamak se ocultó en una pared, debajo de la pintura de un Cristo negro. Como ya no había runas en su tierra, se dedicó a hablarles a los negros, recordándoles que no olvidaran sus orígenes africanos. No pudo callarlo un terremoto, ni los curas que quisieron borrarlo. Se quedó allí, hablando con su silencio de pared.

Pronto muchas paredes comenzaron a hablar y esta vez en el lenguaje de los cristianos, con papeles pegados que -siempre en silencio- hablaban de cambiar el tiempo, anunciando al inka liberador Tupa Amaru. Los poderosos les llamaron pasquines y aunque mataron al inka, no pudieron evitar la comunicación de otras paredes.

Ahora que nos invaden nuevamente, para robarnos lo poco que nos queda, para castigarnos por haber recuperado nuestras tierras y nuestros nombres. Los muros vuelven a hablarle a la gente, en los mismos lugares sagrados como la Jaukaypata del Qosqo, allí donde mataron a Tupa Amaru, donde una piedra nos sigue contando esa historia.

El muro hablador vuelve o continúa, quién sabe, pero está y nomás eso importa.
Además ya es un muro caminador también, viajero, porque quiere estar donde sea necesario contar las verdades y recordarles a las gentes eso que ahora llamamos dignidad. Nosotros, que lo animamos, seguimos la tradición de los más antiguos, que aprendieron a hablar con las piedras, sabiendo que nos ayudarán si aprendemos a dialogar con ellas.